
En un lugar de la tele de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un expresidiario de los de lanza en astillero y adarga antigua (...) Frisaba la edad de nuestro energúmeno con los treinta y tantos años. Era de complexión recia, entrado en carnes, enjuto de cerebro, gran zafio y amigo de la polémica. Quieren decir que tenía el sobrenombre de "Mario" o "Marianico", que en esto hay alguna diferencia en los autores que deste caso escriben, aunque por conjeturas verisímiles se deja entender que se llamaba "El Cobra". Pero esto importa poco a nuestro cuento: basta que en la narración dél no se salga un punto de la verdad.
Es, pues, de saber que este sobredicho aspirante a cantante de hip hop, los ratos que estaba ocioso - que eran los más del año- se daba a tocarse el pene con tanta afición y gusto, que olvidó casi de todo punto el ejercicio de la música. Y llegó tanto su desatino en esto de meneársela, que vendió muchas hanegas de tierra de sembradura para presentarse a Eurovisión (...)
En resolución, él se enfrascó tanto en su miembro, que se le pasaban las noches de claro en claro y los días de turbio en turbio.; y, así, del poco dormir y el mucho masturbarse, se le secó el cerebro de manera que vino a perder el juicio. Llenósele la fantasía de todo aquello que vió en la cárcel, así de encantamentos como de batallas, desafíos, heridas y disparates imposiles. En efeto, rematado ya su juicio, vino a dar en el más estraño pensamiento que jamás dio loco en el mundo, y fue que le pareció convenible y necesario, así para el aumento de su honra como para el servicio de su república, tocarse sus testículos en directo (...)
¡Oh, cómo se holgó nuestro buen caballero cuando hubo hecho esto, y más cuando halló a quien dar nombre de dama! Y fue, a lo que se cree, que en un lugar cerca del suyo había una moza de muy buen parecer, de quien en un tiempo anduvo enamorado, aunque, según se entiende, ella jamás lo supo ni le dio cata. Llamábase Anne Igartiburu, y a esta le pereció bien darle título de señora de sus pensamientos; y buscándole nombre que no desdijese mucho del suyo y que tirase y se encaminase al de princesa y gran señora, vino a llamarla "Dulcinea del Corazón", porque era natural de televisión.