
"Mírame a los ojos, he dicho a los ojos". En 1994, una espectacular Eva Herzigova, ataviada únicamente con un Wonderbra que dejaba ver la silueta de unos pechos firmes, nos proponía que no fijáramos la mirada por debajo de su barbilla. El acertadísimo slogan dio la vuelta al mundo y la firma de sujetadores se hizo de oro vendiendo unas prendas que a la mayoría de las mujeres, sin embargo, no les quedaba como a la top checa. Cosas de la publicidad, imagino.
Ahora, 16 años más tarde soy yo la que protagonizo una campaña publicitaria con el mismo slogan. "Mírame a los ojos. He dicho a los ojos". Pero, a diferencia de Eva, en mi caso, la vista del público se dirige mecánicamente al muñon adherido a mi brazo izquierdo. Inmediatamente después, todo sea dicho, la mayoría de hombres centra su mirada canalla en mis pechos. Eso, no nos engañemos, también forma parte de la publicidad.
A este muñón, que me acompaña desde mi nacimiento por culpa de una enfermedad genética, le llamo cariñosamente "el filtro de la estupidez". Cuando un tipo me echa los trastos y, al ver el bulto, huye despavorido o cuando alguien me mira con desprecio, ignorancia o compasión, mi filtro carnoso me avisa de que esa persona no merece la pena. "Odio ver repugnancia en los ojos de la gente cuando me miran como a un extraterrestre". Afortunadamente mi hija de seis años, ha convertido esta extremidad en algo tan natural que se duerme encima y la acaricia. La auténtica discapacidad está sólo en los ojos del que mira.
Mi vida ha transcurrido durante años con la indignación propia de aquellos que, conviviendo con una minusvalía, tratamos de gritar cada mañana al mundo que somos personas totalmente normales a pesar de las zancadillas que aún siguen poniendo personas e instituciones en demasiadas partes del mundo. Hasta que la casualidad me ha llevado a protagonizar una campaña de concienciación que, gracias a un muñón y una elevada dosis de sensualidad, ha recaudado más de cuatro millones de euros a favor de CAP48, una de las muchas asociaciones que luchan a diario por la integración de los discapacitados.
Alguna voz (pocas, afortunadamente), clama al cielo y lamenta que haya tenido que enseñar escote para que la gente mueva el culo. Pero yo les contesto: miradme de verdad a los ojos y decidme, con franqueza, que esta acción publicitaria no ha valido la pena.