
Soy alumna y profesora al mismo tiempo. Cada mañana me desplazo a pie varios kilómetros hasta la escuela en la que recibo mi formación. Por las tardes, de regreso a Kusumbhara, la paupérrima aldea en la que resido, imparto los conocimientos aprendidos horas antes a una cincuentena de chavales con edades entre los cuatro y diez años. Allí, a la sombra de un árbol y con las piedras como improvisados asientos, ese grupo de niños y niñas me observa con una curiosa mezcla de sorpresa y atención. Mucha atención.
Kusumbhara es una de las más de trescientas mil pequeñas poblaciones indias que carecen de escuela y donde los pequeños, a la vez que aprenden a caminar, sostienen ya entre sus brazos alguna herramienta para trabajar el campo. Kusumbhara es la perfecta metáfora del analfabetismo que se adueña de los niños indios cuando la pobreza de sus padres les obliga a dejar precipitadamente los estudios.
Mi vida no ha sido fácil. Pertenezco a la casta Dalit, la más baja en la escala social hindú. Y, siendo un bebé, fui abandonada en una estación de ferrocariles. Rampati, un agricultor de la zona, me adoptó y me llamó Bharti Kumari, que significa chica nacida en la India, porque eso era todo lo que este hombre bueno sabía de aquella recién nacida que sollozaba en un banco de esa estación.
Han pasado los años y mi padre se siente tan orgulloso de mí que, a pesar de las costumbres indias, me ha prometido que no me obligará a contraer matrimonio antes de cumplir la mayoría de edad.... porque lo verdaderamente emotivo de esta pequeña historia de esfuerzo y compromiso vital es que sólo tengo 12 años.