Hoy Soy Margaret

¿Cómo iba a morir, pues, en un sitio que no fuera una estupenda habitación de un hotel de lujo? Ni tan siquiera me me habrían servido ni las comodidades de una clínica privada, en las antípodas de mis planteamientos ultraconservadores.
En vida, cuando los gusanos aún no se rifaban mis dos riñones, fui conocida como la Dama de Hierro. Ahora, mientras mis huesos descansan en un ataúd a la espera de pudrirse lentamente en el subsuelo y los medios de comunicación de medio mundo se decantan a partes iguales por alabar mis virtudes y criticar mis defectos, yo me río a carcajadas de este apodo. Trataré de explicarme. Dama es, según la RAE en su primera acepción "mujer distinguida o noble" a la que siguen una retahíla de definiciones que en poco o nada se asemejan a aquello por lo que me caractericé en los años ochenta: "mujer pretendida por un hombre, actriz principal, dama de honor" etc... Llama, sin embargo, la atención una de las acepciones: "Reina del ajedrez". Y aquí aciertan de lleno: moví las piezas del mundo durante dos lustros como si se tratara de un jodido tablero de ajedrez. Dama come caballo, dama engulle peón, dama se traga a alfil, dama se lleva por delante a rey...
Lo de Hierro, tiene más enjundia. Este elemento químico es el cuarto más abundante de la corteza terrestre, lo que no me deja en muy buen lugar porque lo muy abundante es sinónimo de ordinariez (si no, no se entiende que haya cuatro millones de personas enganchadas cada semana a Gran Hermano). Pero lo más curioso es su símbolo: Fe (del latín ferrum). ¿Fe en qué? os preguntaréis. Fe en unos principios que sentaron las bases de un neoliberalismo a ultranza, germen de lo que es ahora nuestro mundo: un puto caos.
¿Entendéis ahora porque he decidido morir en una habitación del Ritz?
Por cierto, lo de mi cardado de pelo que ilustra este post lo dejo para otra ocasión...
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