Hoy Soy David Kato


Ya lo habéis conseguido, malditos homófobos: estoy muerto. Me habéis descerrajado dos tiros por ser gay y haber luchado durante años para que en mi país, Uganda, aquellos que vemos la sexualidad de otra forma no acabáramos en la cárcel.
De poco me ha servido. Crecí en una de las más de setenta naciones del planeta que consideran delito la homosexualidad. Lugares que determinan que no es de recibo eso de querer a una persona de tu mismo sexo y por ello debemos ser castigados con una severa reprimenda legal (en siete de ellas, la pena capital).
Ahora, mientras los gusanos me devoran, las comunidades internacionales ponen el grito en el cielo y exigen un esclarecimiento de los hechos. Que si era un gran luchador, que si había pocos como yo, que si la pérdida es irremplazable, que si bla bla, bla.... pero nadie me devolverá la vida y mis verdugos, ya os lo avanzo, quedarán impunes.
La policía ugandesa no va a mover un jodido dedo para encontrar a mis asesinos porque las propias autoridades -tanto políticas como judiciales- reniegan de todo lo que huela a gay. De cara al resto del mundo simularán un par de detenciones para hacer un artificial lavado de cara y, de nuevo, todo quedará en agua de borrajas.
Hay algo, además, que me hace llorar a moco tendido desde la tumba: mi muerte vino precedida por un llamamiento mediático a la aniquilación de los homosexuales. El semanario Rolling Stone (nada que ver con la revista musical) publicó recientemente un artículo en el que desvelaba el nombre, la fotografía y la dirección de un centenar de activistas gays de Uganda entre los que, obviamente, me encontraba yo. Y lo tituló: "Colgadles, van a por nuestros hijos". El resto ha sido cuestión de tiempo.
Curioso, pero veo un paralelismo preocupante con el reciente intento de asesinato de la congresista demócrata de Arizona, Gabrielle Giffords, alentado por Sarah Palin.
¿Nos estamos volviendo locos?

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