Hoy Soy Silvio Berlusconi (segunda parte)


¡¡Cómo está el patio, señor!! Ser político en un país occidental en el siglo XXI se está convirtiendo en una tarea poco menos que heroica. Hace unos meses a mi colega y gran amigo, George Bush, le tiraron un zapato y casi le rompen la crisma. Yo creo que le salvó su afición a la bebida en su juventud. De tanto ir doblado, supo esquivar el zapatazo que, de haber logrado su objetivo, le habría obligado a comer sopitas una buena temporada.
Eso es poco más o menos lo que me va a pasar a mi en los próximos meses. Comer sopas... bueno y, supongo, algún coño, que en estos menesteres nunca le he hecho ascos a nada.
Lo que más me preocupa, sin embargo, es saber si la jeta se me quedará como un mapa de carreteras comarcales o podré volver a lucir mi palmito por los foros internacionales. A mis 73 años me importa un nabo hacer política pero no puedo renunciar a mi afición a seducir a jovencitas. Precisamente por esto, la jugarreta de Massimo Tartaglia, el perturbado que me lanzó la réplica del Duomo, me tiene enfurecido. Siempre me quedará el consuelo de saber que no me lanzó a los huevos el crucifijo de escayola que también llevaba en su mochila. Por ahí ya no hubiera pasado: que me toquen la tocha, me jode, pero que me dejen sin mi fábrica de espermatozoides me hubiera parecido el colmo.
En fin, quiero dejar claro que nadie se merece estas actitudes violentas, pero no es menos cierto que nuestras políticas neoliberales, que han fomentado la crispación y el enfrentamiento de las clases sociales, no han ayudado demasiado. Tal vez sea momento de reflexión, Señor Rajoy y Señor Zapatero. Sería una pena que tuviera que invitarles a mi mansión a comer sopita caliente porque un energúmeno les ha lanzado una réplica en bronce del toro de Osborne.

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