Hoy Soy Thierry Henry


La mano con la que acaricio a mis hijos, con la que hago una paja a mi chica, con la que me masturbo (cuando no le hago una paja a mi chica) o con la que me afeito por obra y gracia de mi patrocinador, Gillette, me ha traicionado. En sólo un segundo metí mano a mi libreta de “juego sucio” y envié a Irlanda al infierno por la puerta de atrás, echándole, de paso, una mano a mi país. Soy un canalla cuya acción resume las miserias de un deporte que dejó de serlo hace mucho tiempo para convertirse en un espectáculo donde sólo importa el dinero y la gloria.

Trataré, por unos segundos, de rebobinar: doy el pase de gol con mi mano y una vez la pelota en la red, me acerco al árbitro y le susurro al oído que he hecho trampa, que el gol no vale, que anule la jugada. En ese instante me gano el cielo, me convierto en un héroe a ojos de toda Irlanda, de los amantes del fair play, de los utópicos, de los idealistas. A ojos de mis hijos. A ojos de los millones de niños a los que día a día se les inculcan valores de respeto por el contrario, de que lo importante es jugar, divertirse. A ojos de los presentadores de los informativos de medio planeta, embelesados por una reacción tan impropia de un jugador como loable. Y en el mejor escenario posible: jugándose un billete para participar en una cita mundialista. Resulta alentador.

Pero dejo pasar el tren. Escondo la mano y corro a abrazar a mi compañero. Francia me rinde pleitesía y yo, una ficha más en este circo pestilente, espero a que pase el tiempo y cicatricen las heridas del juego sucio. Hasta Zinedine Zidane, experto rompenarices, sale en mi defensa alegando que no hay para tanto. Tuve una opción irrepetible de demostrar que la integridad de un ser humano debería estar por encima de los intereses deportivos. Ya tengo mi “mano de cera” en el club de los tramposos, junto a la de Maradona. Otra oportunidad perdida.

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