Hoy Soy Julio César Grassi.


Me he levantado con un extraño cosquilleo entre los huevos. Creo que ayer soñé que me follaba a ese par de imberbes a los que vi sentados con sus padres en segunda fila. He tratado de ponerme la sotana pero al llegar a la entrepierna, mi cipote erecto me ha avisado de que no estoy para oficiar misa alguna. Llevo tal empalme que creo que voy a llamar a mi monaguillo favorito para que me la chupe un rato. Ring, ring, ring, oye chico, que necesito que te pases por la sacristía para que hagas un pequeño recuento de las ostias que he de repartir en la misa de esta tarde. Y no tardes. Joder, este puto calentón no baja y tengo el nabo a punto de estallar. 

Me relaja pensar que en España, país de profundo arraigo moral y cuna del Opus Dei, el cardenal Cañizares considera más delictivo el aborto que la violación de niños. Romperle el culo a media docena de chavalines no es para tanto, viene a decir esta autoridad en asuntos divinos. Pero cargarse un embrión es atentar contra las leyes más sagradas. Me caguen la puta, yo aquí divagando y el pequeñajo sigue sin aparecer. 

Por cierto, prefiero a los niños que a las niñas. Si dejara a una ninfa preñada me vería obligado a exigirle que abortara para ocultar mi paternidad. Pero, ¿qué estoy diciendo? ¿Aborto? No, señor, eso nunca. Ante todo, coherencia moral. Ring, ring, ring , pero coño, chaval, ¿por qué tardas tanto?

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